Una vez iban de camino una brasa de carbón, una paja y una castaña.
Caminando, caminando llegaron a un río y no sabían cómo atravesarlo.
La castaña, que era muy lista, propuso lo siguiente:
- Como la paja puede flotar en el agua, yo me montaré encima de ella y me llevará nadando a la otra orilla. Luego regresará y te llevará a ti, dijo dirigiéndose a la brasa.
A las dos les pareció muy bien, y así se hizo. Primero la paja pasó a la castaña y luego volvió a por la brasa de carbón. Pero cuando estaban a mitad del río, la paja sintió que se estaba quemando con el calor de la brasa y casi sin querer hizo un movimiento brusco, y de una sacudida la tiró al agua.
Cuando la castaña lo vio, le dio un ataque de risa. Se reía tan a gusto, de ver a la brasa remojada, se reía con tanta fuerza, que reventó.
En ese momento, llegó la paja a la orilla del río toda chamuscada.
La brasa llegó más tarde, apagada y completamente mojada.
Las dos estaban muy enfadadas con la castaña porque se había reído cuando ellas lo pasaban mal, pero cuando vieron que con la risa había reventado su piel, y estaba destrozada, se compadecieron de ella y la llevaron al sastre para que le remendara el agujero.
Las dos estaban muy enfadadas con la castaña porque se había reído cuando ellas lo pasaban mal, pero cuando vieron que con la risa había reventado su piel, y estaba destrozada, se compadecieron de ella y la llevaron al sastre para que le remendara el agujero.
El sastre sólo tenía un trozo de tela de color más claro que el de la piel de la castaña, y tuvo que arreglárselo poniéndole un pedazo de ese color.
Por eso ahora andan todas las castañas con un trozo de piel más claro.
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